20 junio 2007

Teodorico I, el final


Aecio ordenó un reagrupamiento de sus tropas y a Teodorico que lanzara un ataque al franco huno. Los hunos avanzaron y cayeron en la trampa que les había preparado el general romano. Aecio sabía que la fortaleza de los hunos estaba en su caballería, y él les obligo a poner pie en tierra debido a las numerosas trampas-trincheras que había en el terreno. Los hunos no podían avanzar con sus caballos, los guerreros estaban nerviosos, unos se desmontaron, otros querían retroceder, y de pronto la carga de esos grandes guerreros godos con su rey Teodorico a la cabeza. Los godos luchaban por ese paraíso terrenal que habían conseguido tras un largo camino por Europa envuelto en batallas, sangre, polvo y lágrimas. En su rostro se vería el anhelo de victoria, su gran rey Teodorico les gritaba con pasión, en pocas horas los hunos huían derrotados, Atila ordenaba levantar una pira funeraria para él, 160000 almas derramadas en el campo de batalla y Teodorico agonizando decía sus últimas palabras a su hijo Turismundo.

Los visigodos volvían tristes a su querida Tolosa, en sus cánticos reflejaban sus lloros y resentimientos, No comprendían como Aecio había dejado escapar a Atila, ni como un inepto general ostrogodo llamado Andagis podía haber acabado a traición con la vida de su rey.

En el horizonte su tierra, al frente de ellos un nuevo héroe: Turismundo

19 junio 2007

Teodorico I, La gran batalla


Los gépidos sorprendidos ante este ataque huyeron hacia atras siendo masacrados por los francos, este desconcierto produjo una ruptura en las formaciones de Atila, que lo último que esperaban era que la iniciativa la llevara su enemigo. Atila contratacó mandando a su caballeria contra el el primer frente romano, compuesto por los alanos.
Los caballos gemían mientras corrían, los caballeros hunos gritaban ante el cercano olor de la sangre, el rodillo huno se acercaba para machacar a su rival
El choque fue terrible, gritos de agonía se mezclaban con sangre que salía a borbotones de los cuerpos guerreros, la caballeria avanzaba, Atila avanzaba, los hunos estaban cerca de romper el centro romano. Aecio contemplaba junto a Teodorico el avance huno, y tambien su retaguardia maltrecha ante el ataque franco. Eran segundos que decidirian la historia de esa batalla, la historia de ese imperio. Teodorico estaba nervioso e impaciente.....

17 junio 2007

Teodrico I, El azote de dios


Era una mañana gris y bajo el manto de una translucida niebla, el “azote de Dios” miraba al frente convencido que sus 500000 hombres iban a arrasar a esa mezcla de romanos, visigodos, alanos, burgundios y francos que estaban esperandoles. Después de beberse cantidades ingentes de licor la noche anterior, los hunos se preparaban para vengar la ofensa que Valentiniano había hecho a su jefe negándole la mano de su hermana Honoria, y después de haber arrasado media Europa se preparaban para dar el asalto definitivo a esa Roma que antaño fue una gran imperio y que ahora era un cumulo de despojos corruptos y de anarquía funcional.
Atila despreció a la gente que tenía en frente, pensaba que eran unos desharrapados luchando por cuatro monedas que les habían prometido los romanos y unos cuantos legionarios faltos de paga que huirían en la primera embestida, pero se equivocó, Teodorico, rey de los visigodos no estaba dispuesto a que un extraño oriental arrasara su particular paraíso terrenal, los godos eran igual o más barbaros que ellos y luchaban por su tierra, sus mujeres y en definitiva todo lo que tenían (parte del imperio romano les pertenecía), y en frente de los legionarios estaba el último gran general romano: Aecio, gran conocedor de los hunos y con unas habilidades tácticas muy superiores a Atila.
El sonido, cada vez más fuerte y grave, invadía los Campos Cataláunicos, la tensión en los rostros, las voces se modulaban con el agitar de las armas, los cuernos iban a estallar….
Y Aecio mandó atacar a la caballería franca sobre los gépidos que se hallaban en un franco huno…….

15 junio 2007

Teodorico I


Teodorico subió al trono con el total apoyo de los nobles visigodos, lo que garantizaba una cierta tranquilidad interna. Sobrino de Walia e hijo del gran Alarico la historia le colocaba en un momento crucial de la misma. Los primeros años de su reinado combatió a los vándalos asdingos junto a los romanos, respetando así el acuerdo alcanzado con el general Constancio.

A la muerte del emperador Honorio como buen godo dio por finalizada la alianza con Roma e inició una política de expansión de su reino. Abandonó a Flavio Castino en su lucha con suevos y vándalos en Hispania y reforzó su posición en Tolosa y Aquitania en un tira y afloja con Roma.

Los galos-romanos recibieron con buen gusto esa afirmación de poder, no porque le gustaran las costumbres visigodas sino más bien porque les garantizaba una cierta seguridad, hartos ya de tanto saqueo en sus propiedades.

Teodorico reafirmado el reino y consolidado (aunque esto en un reino godo es mucho decir) se dedico a la intervención en lo que hoy llamaríamos política exterior. Ante el caos que había en Roma tras la muerte de Honorio y las habituales luchas por el poder imperial opto por apoyar a Valentiniano III, hijo del general Constancio y de Gala Placida, la musa de los visigodos y con la mujer con la que muchos de ellos soñaron pero que solo su gran rey Ataulfo poseyó.

Los godos acostumbrados al buen vino romano vivian casi felices contemplando el mediterráneo azul y decidieron incorporar a su reino: Narbona, para soñar al borde del mar con su querida Gala que asumía la regencia en Roma.

Teodorico gran amigo de Teodosio hacía o deshacía alianzas con Roma según vinieran los aires y tras una conquista a los romanos venían días de gran amistad (previo pago de Roma, claro). En el frente sur llego a acuerdos de no agresión con los suevos llegando incluso a casar a su hija con el rey suevo Requiario. Todo marchaba a la perfección, una conquista a los romanos de vez en cuando, una escaramuza con los suevos cada ciertas lunas y todos casi siempre amigos. Su pueblo cultivaba la rica tierra gala, sus nobles disfrutaban en los prostíbulos Narbonenses, sus vías y servicios públicos se deterioraban, los mármoles de los edificios antes públicos, eran empleados para la construcción de palacetes visigodos y la actividad industrial y comercial romana se deshacía como un cubito de hielo en el sol. Pero ante tanta alegría en el horizonte alguien cabalgaba dejando un rastro seco y polvoriento dispuesto a cambiar el rumbo de la historia……

14 junio 2007

Elvio Pertinax


Publio Elvio Pertinax subió los escalones hacia el senado, mirando al cielo y recordando cuando estaba con su padre, un liberto leñador jugando a las batallas en Alba Pompeya.

Unos años después luchaba junto a Marco Aurelio ganándose la confianza de este noble emperador y como buen legionario asumió el mando de una legión con orgullo y pasión.

Con Commodo ganó nuevos honores sofocando revueltas en Britania, y a su vuelta obtuvo el proconsulado de Asia entrando en la vida política del imperio. Mas tarde y con el apoyo del senado fue prefecto de Roma.

Tenía 66 años pero la mente muy lúcida, el púrpura era para él un reto y una misión, el desorden en la hacienda y la corrupción en los militares que dejó Commodo eran su objetivo. Tomo decisiones que cambiarían el rumbo del imperio, vendió el patrimonio de Commodo para pagar a los pretorianos que amenazaban con la revuelta, concedió terrenos a los pobres por diez años con la obligación de cultivarlos, redujo los gastos de palacio a la mitad, planeó una reforma económica para acabar con la corrupción en el cobro de impuestos, estimulo al ejercito con la concesión de premios, prohibió a los pretorianos ir armados en Roma.

Este anciano emperador observaba la salida del sol con nuevas esperanzas e ilusiones desde un ventanal de su palacio, doscientos pretorianos alentados por un prefecto romano corrupto llamado Leto le requerían en la sala de Jupiter. Caminó como caminan los grandes hombres, con serenidad y con la cabeza alta y se presentó ante ellos con la insignia de la legión (de sus palabras desgraciadamente no tenemos testimonios) pero sabemos que todos se dieron la vuelta para irse, excepto uno, un miserable bátavo llamado Tausio que hundió su acero en el pecho del emperador.

El Emperador caía y los pretorianos, convertidos en Estado Mayor del imperio subastaban el manto púrpura al mejor postor.