14 junio 2007

Elvio Pertinax


Publio Elvio Pertinax subió los escalones hacia el senado, mirando al cielo y recordando cuando estaba con su padre, un liberto leñador jugando a las batallas en Alba Pompeya.

Unos años después luchaba junto a Marco Aurelio ganándose la confianza de este noble emperador y como buen legionario asumió el mando de una legión con orgullo y pasión.

Con Commodo ganó nuevos honores sofocando revueltas en Britania, y a su vuelta obtuvo el proconsulado de Asia entrando en la vida política del imperio. Mas tarde y con el apoyo del senado fue prefecto de Roma.

Tenía 66 años pero la mente muy lúcida, el púrpura era para él un reto y una misión, el desorden en la hacienda y la corrupción en los militares que dejó Commodo eran su objetivo. Tomo decisiones que cambiarían el rumbo del imperio, vendió el patrimonio de Commodo para pagar a los pretorianos que amenazaban con la revuelta, concedió terrenos a los pobres por diez años con la obligación de cultivarlos, redujo los gastos de palacio a la mitad, planeó una reforma económica para acabar con la corrupción en el cobro de impuestos, estimulo al ejercito con la concesión de premios, prohibió a los pretorianos ir armados en Roma.

Este anciano emperador observaba la salida del sol con nuevas esperanzas e ilusiones desde un ventanal de su palacio, doscientos pretorianos alentados por un prefecto romano corrupto llamado Leto le requerían en la sala de Jupiter. Caminó como caminan los grandes hombres, con serenidad y con la cabeza alta y se presentó ante ellos con la insignia de la legión (de sus palabras desgraciadamente no tenemos testimonios) pero sabemos que todos se dieron la vuelta para irse, excepto uno, un miserable bátavo llamado Tausio que hundió su acero en el pecho del emperador.

El Emperador caía y los pretorianos, convertidos en Estado Mayor del imperio subastaban el manto púrpura al mejor postor.