09 febrero 2008

Rebelión en Septimania -Final-


-¿He hecho alguna ofensa que merezca vuestra rebelión?
Es lo que le preguntó Wamba a Paulo cuando lo tuvo postrado ante él.
-No mi señor, es lo que contesto Paulo.
El rey accedió ante el obispo a no derramar más sangre a cambio de la rendición incondicional, y las tropas del rey ocuparon los últimos reductos insurrectos de Nimes junto a su anfiteatro por lo que las matanzas terminaron. Los rebeldes rendidos fueron encarcelados y sus riquezas confiscadas. La ciudad de Nimes se engalanó para recibir la comitiva triunfal del bondadoso Wamba.
Después de gestionar y asegurar el gobierno en la ciudad, el rey juzgó a los cabecillas de la rebelión. En pleno centro de Nimes con el anfiteatro como telón de fondo, el rey acompañado de todo el officium palatino hizo leer los cargos por conjura y traición a Paulo y sus lugartenientes, el tribunal decidió aplicarles el canon setenta y cinco sobre la rebeldía del IV concilio y la ley sobre la rebelión de Chindasvinto. La condena era la muerte o la ceguera, pero el corazón generoso de Wamba tuvo piedad de su antes hombre de confianza y se conformó con la decalvación y la confiscación de sus bienes.
“En la victoria es más digno perdonar que castigar”, proclamó el rey.
Con la pacificación de la ciudad, Wamba puso rumbo a Narbona, pero antes recorrió la frontera franca de forma amenazante para parar cualquier intento franco de rescate de los rebeldes. Los francos habían estado muy interesados en estas guerras internas que a ellos les beneficiaban en su deseo de conquistar la Septimania, pero una vez más habían fracasado.
Narbona recibió al rey como emperador romano, las campanas tañían con sus sonidos el cielo, los mercadillos estaban llenos de mercaderes en busca y captura de las monedas guerreras, los prostíbulos mostraban colas que rodeaban los edificios para entrar, las tabernas encendidas de murmullos alegres y vapores etílicos.
Después de un merecido disfrute y dejando una guarnición en la ciudad, el rey se dispuso a volver a su querida Toledo. En Canaba, al sur de Narbona licenció a su ejército, dejó libres a gran parte de sus prisioneros, y con su guardia real y los prisioneros más notables caminaron hacia el sur añorando los campos extensos de la meseta toledana. Entre los Pirineos, los valles de los grandes ríos hispanos, arboledas y llanuras, el sentimiento de nostalgia de los bravos guerreros brotaba en sus cuerpos dándole más rapidez a su retorno. Seis meses habían transcurrido desde la salida entre el relente del Tajo de la añorada Toledo. La campaña contra los vascos y después la rebelión de la Septimania agotaron al rey, que ansioso del descanso en sus jardines toledanos recorría su reino hispano, cansado pero con el orgullo del triunfador.
Toledo recibió a su rey de forma esplendorosa, todo era alegría y celebración. Las bóvedas de la iglesia de Santa María amplificaban los cantos en latín de los religiosos dando gracias por la ayuda divina en la campaña. En las aguas del Tajo se reflejaba la solemnidad de la entrada triunfal, las riberas del rio se llenaban de pétalos. Detrás de la comitiva iban los prisioneros, Paulo, con una falsa corona en la cabeza, junto con sus compañeros, con las barbas afeitadas (una gran humillación para un noble godo), los pies desnudos y los vestidos raídos, habían sido subidos a carros tirados por camellos para que la gente se riera de ellos, les tirara cosas y les escupiera.
Entre los muros de Toledo, capital del reino hispano, Wamba celebraba la victoria, muchas leguas de viaje respirando polvo, oliendo sangre y escuchando los filos de las espadas chocar. Con la compañía del murmullo y el griterío, el veterano guerrero se retiraba a descansar.

Fuentes:
Los Godos en España - E.A. Thompson
Historia del reino visigodo español- José Orlandis
Historia de España visigoda- Luis. A. García Moreno
La Historia del rey Wamba-Julián de Toledo