03 febrero 2008

Rebelión en Septimania -V Parte-


Durante todo el día las tropas reales estuvieron asediando la ciudad, la defensa era encarnizada, el fuego artillero de los sitiadores era respondido con una lluvia de flechas por parte de los rebeldes. Wamba decidió mandar rápidamente como refuerzo a diez mil hombres al mando de su hombre de confianza, el dux Wandemiro. Hasta ese momento el combate había sido igualado pero con la llegada de Wandemiro, el ejército real consiguió romper las defensas de Nimes. Quemando las puertas de la ciudad consiguieron penetrar en ella. Los defensores no pudieron contener la avalancha y corrieron a refugiarse al gran anfiteatro.
Paulo confiaba en resistir en el anfiteatro hasta la llegada de refuerzos francos. Los hombres del rey cercaron el sitio y empezaron a bombardear con piedras y proyectiles de aceite quemado ardiendo el anfiteatro, una lluvia de flechas de fuego acompañaba a los terroríficos proyectiles. Ante el duro asedio y sin la llegada de refuerzos entre los rebeldes comenzó una disputa que acabó en luchas a muerte. Paulo pedía resistencia pero parte de sus hombres perdían la confianza ante el baño de sangre interno y el duro asedio externo.
Las calles de la ciudad eran un clamor popular a favor de Wamba. El asedio continuaba, Nimes comenzaba a recuperar el movimiento social y el populacho se inclinaba ante el favor real.
Una niebla de pesimismo envuelta en vapor de sangre inundaba el anfiteatro, el gran sueño de Paulo de convertirse en rey de Septimania para luego triunfar en toda Hispania se desvanecía, el viejo guerrero Wamba se imponía con toda la grandeza del veterano querido por su pueblo. Paulo entre los fríos y húmedos muros del antes grandioso anfiteatro romano, acompañado por las almas de las personas muertas allí, como un cesar derrotado en batalla inclinó el pulgar hacia abajo y se despojó de sus vestidos reales. Envió al rey a Argebado, obispo de Narbona, a pedir clemencia y a que detuviera la matanza y salvase las vidas de los rebeldes.
Extramuros, Wamba esperaba al obispo sentado en su silla real y rodeado de sus lugartenientes ante el calor emanado por los braseros de picón que espesaba el ambiente de la tienda real.  El obispo fatigado y hambriento entraba orando por las gracias que esperaba recibir, el murmullo guerrero se expandía en los cielos de la Septimania…

Proximamente : El Final