31 agosto 2007

Dueñas



Las dueñas han sido unos de los personajes más fantasmagóricos y curiosos de la nobleza decadente medieval, prácticamente se extinguieron con la edad media o más bien su puesto lo ocupó otro tipo de servilismo. Las dueñas normalmente procedían de familias nobles arruinadas o de bajo estatus que eran acogidas por otros nobles para encargarse de varios servicios en su casa, desde el asesoramiento, dirección del servicio, organización de fiestas, educación, hasta la simple compañía. Popularmente tuvieron muy mala prensa y son numerosas las referencias literarias a esa mala fama. Evidentemente pasar de la nobleza a servir es duro y esta situación se reflejó en su trato con el populacho. Cervantes con una gran ironía retrató la imagen y carácter de las dueñas:

"Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho viéndose, a su parecer, en privanza con la duquesa, por que se le figuraba que había de hallar en su castillo lo que en la casa de don Diego y en la de Basilio, siempre aficionado a la buena vida; y así, tomaba la ocasión por la melena en esto de regalarse cada y cuando que se le ofrecía. Cuenta, pues, la historia, que antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote; el cual, como llegó con la duquesa a las puertas del castillo, al instante salieron dél dos lacayos o palafraneros, vestidos hasta en pies de unas ropas que llaman de levantar,de finísimo raso carmesí, y cogiendo a don Quijote en brazos, sin ser oído ni visto, le dijeron:
-Vaya la vuestra grandeza a apear a mi señora la duquesa.
Don Quijote lo hizo, y hubo grandes comedimientos entre los dos sobre el caso; pero, en efecto, venció la porfía de la duquesa, y no quiso descender o bajar del palafrén sino en los brazos del duque, diciendo que no se hallaba digna de dar a tan gran caballero tan inútil carga. En fin, salió el duque a apearla; y al entrar en un gran patio, llegaron dos hermosas doncellas y echaron sobre los hombros a don Quijote un gran mantón de finísima escarlata, y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces:
-¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!
Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos.
Sancho, desamparando al rucio, se cosió con la duquesa y se entró en el castillo; y remordiéndole la conciencia de que dejaba al jumento solo, se llegó a una reverenda dueña, que con otras a recebir a la duquesa había salido, y con voz baja le dijo:
-Señora González, o como es su gracia de vuesa merced...
-Doña Rodríguez de Grijalba me llamo -respondió la dueña-. ¿Qué es lo que mandáis, hermano?
A lo que respondió Sancho:
-Querría que vuesa merced me la hiciese de salir a la puerta del castillo, donde hallará un asno rucio mío; vuesa merced sea servida de mandarle poner, o ponerle, en la caballeriza; porque el pobrecito es un poco medroso, y no se hallará a estar solo, en ninguna de las maneras.
-Si tan discreto es el amo como el mozo -respondió la dueña-, ¡medradas estamos! Andad, hermano, mucho de enhoramala para vos y para quien acá os trujo, y tened cuenta con vuestro jumento; que las dueñas desta casa no estamos acostumbradas a semejantes haciendas.
-Pues en verdad -respondió Sancho-, que he oído yo decir a mi señor, que es zahorí de las historias, contando aquella de Lanzarote, cuando de Bretaña vino, que damas curaban dél, y dueñas del su rocino y que en el particular de mi asno, que no lo trocara yo con el rocín del señor Lanzarote.
-Hermano, si sois juglar -replicó la dueña-, guardad vuestras gracias para donde lo parezcan y se os paguen; que de mí no podréis llevar sino una higa.
-¡Aun bien -respondió Sancho- que será bien madura, pues no perderá vuesa merced la quínola de sus años por punto menos!
-Hijo de puta -dijo la dueña toda ya encendida en cólera-, si soy vieja o no, a Dios daré la cuenta; que no a vos, bellaco harto de ajos.
Y esto dijo en voz tan alta que lo oyó la duquesa; y volviendo y viendo a la dueña tan alborotada y tan encarnizados los ojos, le preguntó con quién las había.
-Aquí las he -respondió la dueña- con este buen hombre, que me ha pedido encarecidamente que vaya a poner en la caballeriza a un asno suyo que está en la puerta del castillo, trayéndome por ejemplo que así lo hicieron no sé dónde, que unas damas curaron a un tal Lanzarote, y unas dueñasa su rocino, y, sobre todo, por buen término me ha llamado vieja.
-Eso tuviera yo por afrenta -respondió la duquesa-, más que cuantas pudieran decirme.
Y hablando con Sancho, le dijo:
-Advertid, Sancho amigo, que doña Rodríguez es muy moza, y que aquellas tocas más las trae por la autoridad y por la usanza que por los años.
-Malos sean los que me quedan por vivir -respondió Sancho-, si lo dije por tanto; sólo lo dije porque es tan grande el cariño que tengo a mi jumento, que me pareció que no podía encomendarle a persona más caritativa que a la señora doña Rodríguez.
Don Quijote, que todo lo oía, le dijo:
-¿Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar?
-Señor -respondió Sancho-, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere; aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara.
A lo que dijo el duque:
-Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle de nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como a su mesma persona"