13 enero 2008

La campaña cántabra de Leovigildo


Después de tremendas campañas los inquietos y siempre rebeldes cántabros fueron sometidos por los romanos comenzando una nueva era para las tierras y gentes norteñas. Pero el espíritu orgulloso e independiente de los cántabros mantuvo la esencia de su ser libre dentro de sus almas. Con la caída de Roma se produjo el derrumbe político-social de Hispania. El retroceso económico fue brutal perdiéndose siglos de prosperidad y avance. La vuelta a costumbres arcaicas fue notable en el norte donde este aspecto unido a los genes cántabros encumbró el espíritu tribal, proclamando su independencia respecto al antiguo mundo romano continuado en algunos aspectos por los nuevos dueños de la península: los visigodos.

Después de años de enfrentamientos y pequeñas revueltas Leovigildo, rey de reyes visigodos, en su política de controlar totalmente la antigua Hispania sofocando rebeliones, anexionado tierras rebeldes y fortaleciendo el poder de Toledo en toda la geografía, comenzó las operaciones contra los cántabros rebeldes para apaciguar definitivamente el norte.

Después de campañas exitosas contra los bizantinos en el sur y la conquista de Córdoba, exaltada en todo occidente hasta encumbrar a Leovigldo dentro del aura mítica, el rey atacó a los suevos para dominar geo-estrategicamente la frontera del reino entre el río Duero y Tajo.

Una vez reforzado el valle del Duero, Leovigildo preparó la campaña contra los cántabros.

Vistiendo la niebla del rio Tajo en el año 574, las campanas toledanas replicaban acompañando a las huestes militares al son de sus cánticos guerreros, el rey recibía la bendición del obispo en la basílica mientras los monjes entonaban las oraciones de ayuda en latín grave y profundo. Una vez realizada la ceremonia litúrgica guerrera, el rey rodeado de los nobles encabezó la comitiva. Esa comitiva que recorrería parte de la península en busca de los verdes y húmedos prados cántabros donde asentar su corona.

En la ribera del río Pisuerga los guerreros godos bebían los últimos tragos de licor para calentar el cuerpo antes del combate. Otros vaciaban su cuerpo en el harén de prostitutas que acompañaba al ejercito gastándose las últimas monedas de la paga. El rey y su séquito oraban mirando al cielo implorando ayuda divina en la batalla.

Mientras, los cántabros reforzaban la ciudadela de Amaya con lo que podían convirtiéndola en un fortín inexpugnable. Los jefes cántabros decidieron convertir Amaya en su capital trasladando a ella todo su poder y allí bajo el manto de sus muros contener a los poderosos y temibles godos.

La escarcha inundaba los campos, la meseta relucía entre los vapores de la respiración, las maquinas de asedio godas iban limando los gruesos muros de la ciudadela. Tras horas de asedio Leovigildo ordenó el ataque definitivo. La caballería y la infantería penetró en la ciudad arrasando todo a su paso.

Con el sol alumbrando los páramos norteños, las gotas resbalándose entre las grietas de las piedras, el espíritu rebelde cantabro sucumbió desapareciendo entre los gritos de alegría goda.

Leovigildo incorporó definitivamente las tierras cántabras al dominio toledano. La antigua Hispania romana iba resurgiendo como ave fénix bajo el yugo godo.