En la primavera del año 673 en plena campaña contra los vascos, el viejo guerrero coronado rey de los visigodos por la presión de los militares recibió la noticia de la revuelta contra su poder en la provincia gala de Septimania. Ilderico, comes de Nimes encabezaba la rebelión con el propósito de independizar esas tierras del reino visigodo. Los rebeldes llegaron a controlar gran parte de la provincia excepto la capital, Narbona.
A las faldas de las montañas cántabras el rey Wamba meditaba junto a sus hombres de confianza la estrategia a seguir. Desde la gran ciudad de Nimes la rebelión se extendía rápidamente, varios obispos se unieron al traidor y el pueblo galo empezaba a tributar a Ilderico y sus hombres.
La habitual campaña contra los vascos no había concluido. Wamba quería asentar su poder en esa región y marchar hacia Septimania con las espaldas cubiertas, y para ello era necesaria una campaña dura de escarmiento contra los aguerridos vascos.
Con la brisa del mar y la montaña deslizándose por el rostro de los visigodos, después de las ceremonias habituales, Wamba decidió mandar a su hombre de confianza el dux Paulo a aplastar la revuelta. Paulo abrazando la confianza del rey marchó a la Tarraconense para reforzar su ejército y proveerse de lo necesario en la acción de castigo contra los rebeldes galos.
Wamba continuo en los valles norteños sus acciones contra los ariscos vascos, confiado en la rápida restauración de su poder en la provincia gala.
Bajo la tela de la choza real, mientras bailarinas bizantinas danzaban al son de los cánticos y aullidos godos, animando el vino digerido por el séquito real, el veterano guerrero recibió la noticia de la infamia de su apreciado Paulo. Argebado, obispo de Narbona comunicó al rey la terrible nueva, Paulo le había traicionado, se había apoderado de Narbona y pretendía coronarse rey.
Con la corona de oro donada por Recadero al santuario del Bienaventurado Félix de Gerona, el dux Paulo era coronado rey por los obispos de confianza bajo los húmedos muros de Narbona. Lejos de allí, Wamba terminaba su campaña contra los vascos y dirigía su mirada al norte. Varios generales aconsejaron al rey dirigirse a Toledo para reforzarse y luego comenzar una nueva campaña, pero el espíritu de hielo y venganza de Wamba se impusieron. El viejo guerrero estaba herido, su corazón bombeaba venganza contra los usurpadores.
En Narbona se respiraban aires gélidos, Ilderico se había unido a Paulo por lo que su fuerza era considerable, el peligro de escisión era latente, una nueva guerra civil con terribles consecuencias estaba a punto de comenzar...
A las faldas de las montañas cántabras el rey Wamba meditaba junto a sus hombres de confianza la estrategia a seguir. Desde la gran ciudad de Nimes la rebelión se extendía rápidamente, varios obispos se unieron al traidor y el pueblo galo empezaba a tributar a Ilderico y sus hombres.
La habitual campaña contra los vascos no había concluido. Wamba quería asentar su poder en esa región y marchar hacia Septimania con las espaldas cubiertas, y para ello era necesaria una campaña dura de escarmiento contra los aguerridos vascos.
Con la brisa del mar y la montaña deslizándose por el rostro de los visigodos, después de las ceremonias habituales, Wamba decidió mandar a su hombre de confianza el dux Paulo a aplastar la revuelta. Paulo abrazando la confianza del rey marchó a la Tarraconense para reforzar su ejército y proveerse de lo necesario en la acción de castigo contra los rebeldes galos.
Wamba continuo en los valles norteños sus acciones contra los ariscos vascos, confiado en la rápida restauración de su poder en la provincia gala.
Bajo la tela de la choza real, mientras bailarinas bizantinas danzaban al son de los cánticos y aullidos godos, animando el vino digerido por el séquito real, el veterano guerrero recibió la noticia de la infamia de su apreciado Paulo. Argebado, obispo de Narbona comunicó al rey la terrible nueva, Paulo le había traicionado, se había apoderado de Narbona y pretendía coronarse rey.
Con la corona de oro donada por Recadero al santuario del Bienaventurado Félix de Gerona, el dux Paulo era coronado rey por los obispos de confianza bajo los húmedos muros de Narbona. Lejos de allí, Wamba terminaba su campaña contra los vascos y dirigía su mirada al norte. Varios generales aconsejaron al rey dirigirse a Toledo para reforzarse y luego comenzar una nueva campaña, pero el espíritu de hielo y venganza de Wamba se impusieron. El viejo guerrero estaba herido, su corazón bombeaba venganza contra los usurpadores.
En Narbona se respiraban aires gélidos, Ilderico se había unido a Paulo por lo que su fuerza era considerable, el peligro de escisión era latente, una nueva guerra civil con terribles consecuencias estaba a punto de comenzar...