Una de las columnas avanzadas de Wamba se dirigió a Clausurae, y después de un ataque rápido capturó la ciudad y con ella al gobernador de la Tarraconense, Ranosindo. Un ejército de francos que habían llegado a la ciudad como apoyo a los rebeldes huyó despavorido ante la contundencia visigoda. Con una mínima parte de sus tropas Wamba había capturado el importante punto estratégico fronterizo entre Septimania e Hispania. Las otras dos columnas avanzadas barrían el camino hacia Castrum Libiae donde gran cantidad de fuerzas rebeldes se habían refugiado por el avance real. Ante estas noticias, entre los rebeldes se extendió el pánico por la fortaleza de Wamba.
En un avance firme las tropas del rey cercaron Castrum Libiae. Con las espaldas libres de ataques traicioneros las tropas reales prepararon el asedio.
Entre el humo de las hogueras y los cánticos godos, las armas artilleras godas golpeaban las defensas de la ciudad. En pocas horas, el rey ordenó el asalto. Gran cantidad de rebeldes huyeron, otros fueron hechos prisioneros. La fortaleza cayó en poder del rey y con ella todas las riquezas que los rebeldes habían acumulado para el pago de mercenarios.
Frotando la gran cantidad de monedas de oro y plata capturadas, Wamba preparaba el siguiente paso, la toma de la querida Narbona. Con el sonido de fondo de los latigazos a los prisioneros, y las risas y bailes de sus soldados disfrutando de la victoria, el rey ordenó a su flota que atacará Narbona, a la vez que una columna avanzada de la élite de su ejército debería tomar posiciones de asedio cerca de la ciudad hasta la llegada del grueso del ejército.
Los muros de la ciudad bañados por la brisa del mediterráneo albergaban al delegado de Paulo, Witimiro, que contaba con un poderoso ejército para defender la ciudad. La orgullosa capital de la Septimania no sería una presa fácil. Ante el viento continental, los hierros se preparaban para chocar.
La columna avanzaba entre cánticos, los barcos se deslizaban amenazantes, los defensores oraban mirando el horizonte marítimo en busca de la ayuda de los antiguos dioses.Los colores ocres del sol chocando contra la mar serían testigos de la gran batalla….
En un avance firme las tropas del rey cercaron Castrum Libiae. Con las espaldas libres de ataques traicioneros las tropas reales prepararon el asedio.
Entre el humo de las hogueras y los cánticos godos, las armas artilleras godas golpeaban las defensas de la ciudad. En pocas horas, el rey ordenó el asalto. Gran cantidad de rebeldes huyeron, otros fueron hechos prisioneros. La fortaleza cayó en poder del rey y con ella todas las riquezas que los rebeldes habían acumulado para el pago de mercenarios.
Frotando la gran cantidad de monedas de oro y plata capturadas, Wamba preparaba el siguiente paso, la toma de la querida Narbona. Con el sonido de fondo de los latigazos a los prisioneros, y las risas y bailes de sus soldados disfrutando de la victoria, el rey ordenó a su flota que atacará Narbona, a la vez que una columna avanzada de la élite de su ejército debería tomar posiciones de asedio cerca de la ciudad hasta la llegada del grueso del ejército.
Los muros de la ciudad bañados por la brisa del mediterráneo albergaban al delegado de Paulo, Witimiro, que contaba con un poderoso ejército para defender la ciudad. La orgullosa capital de la Septimania no sería una presa fácil. Ante el viento continental, los hierros se preparaban para chocar.
La columna avanzaba entre cánticos, los barcos se deslizaban amenazantes, los defensores oraban mirando el horizonte marítimo en busca de la ayuda de los antiguos dioses.Los colores ocres del sol chocando contra la mar serían testigos de la gran batalla….