16 noviembre 2007

Catulo, el poeta rebelde (II parte)


Con el telón de las calles de Roma como fondo en Catulo se desato una violenta pasión hacia Clodia la mujer de su protector Metelo, el antiguo gobernador de la Galia Cisalpina. Clodia era una mujer bella y esbelta que cautivo el alma de Catulo inspirándole los más hermosos poemas que él le escribiría con el seudónimo de Lesbia. Su relación fue intensa y apasionada. El camino del poeta era los dictados del cuerpo y del aliento de Clodia. Su oxígeno era la mirada de su amada.

“Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos,
cuando se entere del total de nuestros besos.”

Pero la afición al sexo de Clodia, una reputada ninfómana aficionada al cambio de pareja habitualmente rompió el corazón de Catulo que soñaba con su querida solo para él. Un amargo desengaño invadió el cuerpo del poeta que desde entonces deambuló por las calles romanas navegando en las aguas de la depresión y la tristeza.
Entre la compañía pagada de las fulanas, las tertulias literarias de su círculo de amigos y las nuevas corrientes socio-políticas que recorrían la urbe, Catulo consiguió respirar aire alegre para salir del desánimo y abatimiento que le produjo la frustración de su relación con Clodia.

“Desgraciado Catulo, deja de hacer tonterías,
y lo que ves perdido, dalo por perdido.
Brillaron una vez para tí soles luminosos,
cuando ibas a donde te llevaba tu amada,
querida por ti como no lo será ninguna.
Entonces se sucedían escenas divertidas,
que tú buscabas y tu amada no rehusaba.
Brillaron de verdad para ti soles luminosos.
Ahora ella ya no quiere; tú, no seas débil, tampoco,
ni sigas sus pasos ni vivas desgraciado,
sino endurece tu corazón y mantente firme.
¡Adiós, amor! Ya Catulo se mantiene firme:
ya no te cortejará ni te buscará contra tu voluntad.
Pero tú lo sentirás, cuando nadie te corteje.
¡Malvada, ay de ti! ¡Qué vida te espera!
¿Quién se te acercará ahora? ¿Quién te verá hermosa?
¿De quién te enamorarás? ¿De quién se dirá que eres?
¿A quién besarás? ¿Los labios de quién morderás?
Pero tú, Catulo, resuelto, mantente firme.”

Continuará