14 octubre 2007

Apuestas en el circo romano


La pasión inundaba las almas de los romanos cuando se anunciaba en el foro que el magistrado de turno ofrecía juegos en el circo Máximo. La mejor forma de conseguir popularidad y por lo tanto apoyos políticos era gastarse los sestercios en ofrecer espectáculos al siempre inquietante pueblo romano. Los juegos requerían una organización de tal índole que toda la urbe de una manera u otra se implicaba.
Los juegos comenzaban con un desfile por las calles romanas que transcurría desde el Capitolio hasta el Circo, era el desfile de los participantes y las autoridades organizadoras de la forma más espectacular posible. Músicos, danzarines, actores, cómicos amenizaban el recorrido, mientras la gente amontonada en las aceras gritaba extasiada a sus ídolos sintiéndolos más cerca que nunca. En las afueras del circo un mercado de tenderetes vendía lo más variado de productos, desde fruta hasta perfume, los adivinos ofrecían sus conocimientos en las artes adivinatorias, las rameras vendían su cuerpo en las arcadas del edificio y la gente se agolpaba en las entradas del recinto. Una vez en el circo y celebrados los ritos de inicio habituales el magistrado autorizaba el comienzo de los juegos y el sonido de las trompetas inundaba todos los rincones del estadio.
El primer espectáculo consistía en un simulacro de batalla entre jóvenes aristocráticos denominado Ludus Troianus que era de escaso interés y se realizaba mientras los asistentes terminaban de ubicarse, luego le seguía una exhibición ecuestre de gran malabarismo y colorido precediendo al comienzo de las carreras. La primera carrera era una competición pedestre, una carrera de agotamiento donde las primeras apuestas empezaban a funcionar entre los romanos calentando los ánimos y el ambiente para el momento cumbre que eran las carreras de carros. Normalmente se realizaban varias carreras de carros empezando con los participantes de menor entidad para acabar con las grandes estrellas del momento.
Los grandes ídolos de masas con sus carros hacían acto de presencia en la arena entre grandes ovaciones y las primeras lágrimas empezaban a dibujarse en el rostro de las romanas, mientras el nerviosismo por el dinero jugado inundaba a los señores, miles de sestercios estaban en juego durante las siete vueltas que duraba la carrera.
En el principio de los juegos los corredores representaban a facciones identificadas por un determinado color (algo parecido a los equipos deportivos actuales), luego se personalizó el triunfo y por lo tanto la competición, convirtiendo a los corredores en unos ídolos de masas, unos héroes soñados por las mentes romanas.
Al finalizar la carrera, el vino, los licores y las más dulces viandas recorrían las gradas mientras en la arena comenzaba una nueva exhibición ecuestre como entretenimiento hasta el comienzo de una nueva carrera. Una nueva oportunidad de ganar dinero y disfrutar con la espectacularidad de las cuadrigas. Todo terminaba con el éxtasis de la recogida del triunfo, los vencedores recibían el trofeo que les daba dinero y fama mientras patricios y plebeyos reían, aplaudían y lloraban por los sestercios perdidos.