“Concedednos divinidades
Vuestra protección
Y con vuestra protección, la fuerza
Y con la Fuerza, la comprensión
Y con la comprensión, el saber
Y con el saber, el sentido de la justicia
Y con el sentido de la justicia, el amor
Y con el amor, aquel de todas formas de vida
Y en el amor de todas las formas de vida, el amor de los dioses y de las diosas
Y de todas sus fuerzas “
Su imagen es el misticismo, la magia, ese poder sobrenatural anhelado. Con sus túnicas y largos cabellos han sobrevivido a los siglos en la mente de los que sueñan con los arboles y las estrellas. Por el aire su espíritu recorrió la tierra europea invadiéndola de partículas mágicas, los hombres del roble dejaron su alma flotando sobre la tierra verde.
Hacían las funciones de sacerdotes, astrónomos, adivinos, magos, jueces, maestros, médicos, instructores…, los druidas eran la minoría que poseía el poder, la magia y el conocimiento. Reclutados entre la nobleza, no eran una casta hereditaria, los druidas ancianos seleccionaban a los más capaces y de jóvenes ingresaban en escuelas donde eran instruidos en ciencias naturales aplicadas a la religión, la astronomía y la adivinación. Podían pasar más de veinte años hasta completar la preparación, toda su enseñanza se basaba en la memoria, la observación y la oratoria. Al acabar la instrucción pasaban a formar parte del clero celta encabezado por un sumo pontífice. No pagaban impuestos, no iban a la guerra y no trabajaban la tierra. Pero su función dentro de la comunidad era múltiple, estudiando el movimiento de la luna y el sol establecían el calendario, vital para el ciclo de cosechas. Ejercían de jueces en los litigios y sus fallos debían de ser aceptados por el afectado bajo pena de no poder realizar sacrifios, siendo condenado como impío y criminal. Eran los instructores de la nobleza guerrera preparándola técnica y espiritualmente para el combate. En los momentos complicados ejercían como asesores diplomáticos y su magia era puesta a disposición de los espíritus guerreros. Como clero establecían las fiestas religiosas y preparaban las ceremonias, esos rituales místicos y mágicos donde invocaban fenómenos meteorológicos o realizaban curaciones, donde sus oraciones se perdían entre las sombras de los arboles envueltas en música grave y solemne. Antes del combate, los celtas cantaban golpeando los escudos con sus armas y soplaban sus trompas con el fin de atemorizar al enemigo, los druidas con sus fuegos invocaban a los espíritus para que volando junto a los sonidos protegieran a su pueblo. Su símbolo sagrado era el muérdago recolectado en invierno el sexto día de la luna, en una solemne ceremonia realizada por un sacerdote vestido de blanco que cortaba la planta con una hoz de oro depositándola en un manto, momento en el que eran inmolados dos toros blancos.
“Tal como un árbol.
Del cual las raíces penetran en todas las capas profundas de la Tierra
y suben hacía el Cielo para elaborar lo que justamente
las Fuerzas Divinas le incitan a producir.
Te pido árbol del Mundo que mi eje de vida
este siempre en expansión y crecimiento, como el tronco de tu árbol.
Capa profunda de mi Tierra.
Infunde el Flujo de mi Alma en mi Árbol de vida.
Que el árbol de Vida proyectado,
Así de mis raíces pueda realizar,
El Destino de mis Frutos de toda mi Tierra”
A pesar del paso de los siglos los hombres del roble perviven en nuestros campos, en el rocío de las hojas, en la savia de los arboles, en el azul del cielo, sus almas se mezclaron en el horizonte para perderse y volver. La esencia celta brota con el relente de la mañana en estos añejos campos europeos.
Vuestra protección
Y con vuestra protección, la fuerza
Y con la Fuerza, la comprensión
Y con la comprensión, el saber
Y con el saber, el sentido de la justicia
Y con el sentido de la justicia, el amor
Y con el amor, aquel de todas formas de vida
Y en el amor de todas las formas de vida, el amor de los dioses y de las diosas
Y de todas sus fuerzas “
Su imagen es el misticismo, la magia, ese poder sobrenatural anhelado. Con sus túnicas y largos cabellos han sobrevivido a los siglos en la mente de los que sueñan con los arboles y las estrellas. Por el aire su espíritu recorrió la tierra europea invadiéndola de partículas mágicas, los hombres del roble dejaron su alma flotando sobre la tierra verde.
Hacían las funciones de sacerdotes, astrónomos, adivinos, magos, jueces, maestros, médicos, instructores…, los druidas eran la minoría que poseía el poder, la magia y el conocimiento. Reclutados entre la nobleza, no eran una casta hereditaria, los druidas ancianos seleccionaban a los más capaces y de jóvenes ingresaban en escuelas donde eran instruidos en ciencias naturales aplicadas a la religión, la astronomía y la adivinación. Podían pasar más de veinte años hasta completar la preparación, toda su enseñanza se basaba en la memoria, la observación y la oratoria. Al acabar la instrucción pasaban a formar parte del clero celta encabezado por un sumo pontífice. No pagaban impuestos, no iban a la guerra y no trabajaban la tierra. Pero su función dentro de la comunidad era múltiple, estudiando el movimiento de la luna y el sol establecían el calendario, vital para el ciclo de cosechas. Ejercían de jueces en los litigios y sus fallos debían de ser aceptados por el afectado bajo pena de no poder realizar sacrifios, siendo condenado como impío y criminal. Eran los instructores de la nobleza guerrera preparándola técnica y espiritualmente para el combate. En los momentos complicados ejercían como asesores diplomáticos y su magia era puesta a disposición de los espíritus guerreros. Como clero establecían las fiestas religiosas y preparaban las ceremonias, esos rituales místicos y mágicos donde invocaban fenómenos meteorológicos o realizaban curaciones, donde sus oraciones se perdían entre las sombras de los arboles envueltas en música grave y solemne. Antes del combate, los celtas cantaban golpeando los escudos con sus armas y soplaban sus trompas con el fin de atemorizar al enemigo, los druidas con sus fuegos invocaban a los espíritus para que volando junto a los sonidos protegieran a su pueblo. Su símbolo sagrado era el muérdago recolectado en invierno el sexto día de la luna, en una solemne ceremonia realizada por un sacerdote vestido de blanco que cortaba la planta con una hoz de oro depositándola en un manto, momento en el que eran inmolados dos toros blancos.
“Tal como un árbol.
Del cual las raíces penetran en todas las capas profundas de la Tierra
y suben hacía el Cielo para elaborar lo que justamente
las Fuerzas Divinas le incitan a producir.
Te pido árbol del Mundo que mi eje de vida
este siempre en expansión y crecimiento, como el tronco de tu árbol.
Capa profunda de mi Tierra.
Infunde el Flujo de mi Alma en mi Árbol de vida.
Que el árbol de Vida proyectado,
Así de mis raíces pueda realizar,
El Destino de mis Frutos de toda mi Tierra”
A pesar del paso de los siglos los hombres del roble perviven en nuestros campos, en el rocío de las hojas, en la savia de los arboles, en el azul del cielo, sus almas se mezclaron en el horizonte para perderse y volver. La esencia celta brota con el relente de la mañana en estos añejos campos europeos.