A diferencia de la imagen positiva de la medicina egipcia que tenían los griegos, siendo especialmente admirada por Herodoto, la de los antiguos babilonios no tenía buena aceptación, siendo el mismo Padre de la Historia que refería que este pueblo sacaba a los enfermos a la plaza, para que los que pasaran por allí los vieran, y si conocían la cura por haber padecido ellos o un conocido la enfermedad, se la comunicaran al enfermo y éste lograra sanar.
Si bien lo de Herodoto podría parecer exagerado, para nosotros no serán menos llamativas algunas de las características de la práctica médica en el Cercano Oriente arcáico.
La enfermedad era concebida como un castigo inflingido por los dioses debido a un delito u ofensa moral, o a la ruptura de un tabú, fuera intencional o no; y la intervención divina podía ser directa, a través de un demonio o, de lo contrario, mediante la invocación de un brujo o hechicero. Por lo tanto, teniendo en cuenta esta mentalidad, es lógico recurrir a la magia para encontrar también la cura, resultando decisivos los rezos y los sacrificios realizados.
A pesar de la predominancia de la religión y la magia había también especialistas en el cuerpo humano, capaces de reconocer a determinados agentes en la génesis de la enfermedad, tales como el polvo, la comida, la suciedad, la bebida... Estos médicos observaban a sus pacientes atentamente, agrupándolos por enfermedad y les aplicaban los que hoy denominaríamos tratamientos farmacológicos consistentes, en general, en mezclas preparadas por ellos mismos a base de múltiples tipos vegetales y minerales diluídos en agua, leche o cerveza -raramente vino-, o productos animales como la sangre, la grasa, el sebo y los huesos.
Estos médicos poseían un conocimiento de las partes y órganos del cuerpo humano a juzgar por los términos con los que los designan, utilizando para ello varias palabras en algunas ocasiones, como las catorce posibilidades para nombrar el útero.
En cuanto a la cirugía, no hay la evidencia que existe para otras culturas respecto de trepanaciones, circuncisiones o extracción de piezas dentales. Sólo parece haberse empleado en casos extremos en el terreno de la oftalmología.
Para hacer sus diagnósticos y suministrar remedios, los médicos tomaban el pulso de sus pacientes, la temperatura corporal usando sus manos, palpaban el cuerpo del paciente y olían su aliento y orina.
Además de las pociones que ya nombramos, los médicos recurrían a las fumigaciones, el suministro de líquidos boca a boca a través de una pajita (o sorbete, según la costumbre del lector), las fricciones y masajes con pomadas, cataplasmas y supositorios.
Lo que no resultará extraño a nadie, seguramente, es que a pesar de sus limitaciones, los médicos de aquellos lugares y tiempos gozaban de un gran prestigio, estando estrechamente vinculados al palacio.
Carlos Arnedillo
Fuente: Gómez Espelosín, Francisco. La ciencia en Mesopotamia. Historia National Geographic. Nº 30, Septiembre 2006
Si bien lo de Herodoto podría parecer exagerado, para nosotros no serán menos llamativas algunas de las características de la práctica médica en el Cercano Oriente arcáico.
La enfermedad era concebida como un castigo inflingido por los dioses debido a un delito u ofensa moral, o a la ruptura de un tabú, fuera intencional o no; y la intervención divina podía ser directa, a través de un demonio o, de lo contrario, mediante la invocación de un brujo o hechicero. Por lo tanto, teniendo en cuenta esta mentalidad, es lógico recurrir a la magia para encontrar también la cura, resultando decisivos los rezos y los sacrificios realizados.
A pesar de la predominancia de la religión y la magia había también especialistas en el cuerpo humano, capaces de reconocer a determinados agentes en la génesis de la enfermedad, tales como el polvo, la comida, la suciedad, la bebida... Estos médicos observaban a sus pacientes atentamente, agrupándolos por enfermedad y les aplicaban los que hoy denominaríamos tratamientos farmacológicos consistentes, en general, en mezclas preparadas por ellos mismos a base de múltiples tipos vegetales y minerales diluídos en agua, leche o cerveza -raramente vino-, o productos animales como la sangre, la grasa, el sebo y los huesos.
Estos médicos poseían un conocimiento de las partes y órganos del cuerpo humano a juzgar por los términos con los que los designan, utilizando para ello varias palabras en algunas ocasiones, como las catorce posibilidades para nombrar el útero.
En cuanto a la cirugía, no hay la evidencia que existe para otras culturas respecto de trepanaciones, circuncisiones o extracción de piezas dentales. Sólo parece haberse empleado en casos extremos en el terreno de la oftalmología.
Para hacer sus diagnósticos y suministrar remedios, los médicos tomaban el pulso de sus pacientes, la temperatura corporal usando sus manos, palpaban el cuerpo del paciente y olían su aliento y orina.
Además de las pociones que ya nombramos, los médicos recurrían a las fumigaciones, el suministro de líquidos boca a boca a través de una pajita (o sorbete, según la costumbre del lector), las fricciones y masajes con pomadas, cataplasmas y supositorios.
Lo que no resultará extraño a nadie, seguramente, es que a pesar de sus limitaciones, los médicos de aquellos lugares y tiempos gozaban de un gran prestigio, estando estrechamente vinculados al palacio.
Carlos Arnedillo
Fuente: Gómez Espelosín, Francisco. La ciencia en Mesopotamia. Historia National Geographic. Nº 30, Septiembre 2006