La leyenda contaba que bebían sangre humana, que con sus gritos arrancaban las almas a sus adversarios y que dormían sobre sus caballos a la luz de la luna. Con sus rostros llenos de cicatrices, tatuajes y desfigurados por los ritos de deformación craneal, estos jinetes fueron el rostro del diablo para sus oponentes. La caballería de Atila, rey de los hunos, arraso buena parte del continente europeo en el siglo V dejando un rastro de sangre y fuego. Su crueldad iría para siempre unida a su mito. Poseían ligeros y resistentes caballos con monturas de madera que les permitía un mayor equilibrio para la batalla, y tenían una gran habilidad en el manejo del arco galopando sobre sus caballos. Con la espada recta de hoja de doble filo y sus técnicas de combate eran invencibles en el cuerpo a cuerpo. Realizaban sus ataques en varias oleadas, en las primeras emitiendo chillidos terroríficos se acercaban a su rival para lanzar sus flechas y retirarse, cuando habían realizado el suficiente daño al enemigo venia la embestida final con la lucha cuerpo a cuerpo. Solo el gran general romano Aecio supo parar a estos formidables guerreros que se extinguieron con su caudillo, pero causaron tal terror en las numerosas campañas de Atila que la leyenda sobrevivió durante siglos
“Sus chillidos aun se escuchan entre los montes, prados y peñascos de Transpadana, su imagen se refleja en el Danubio en las noches de luna llena, los cascos de sus caballos se oyen cuando sopla el aire gélido del este” (relato romano s. VI d. C.)
“Sus chillidos aun se escuchan entre los montes, prados y peñascos de Transpadana, su imagen se refleja en el Danubio en las noches de luna llena, los cascos de sus caballos se oyen cuando sopla el aire gélido del este” (relato romano s. VI d. C.)