16 septiembre 2007

Liturguia de la guerra en época visigoda


En la época de la monarquía visigodo-católica, la reiteración de las guerras llegó a dejar su huella en la liturgia de la Iglesia. La marcha del rey y del ejército desde Toledo para dar comienzo a una campaña y el retorno a la urbe regia estuvieron rodeados de unas solemnidades rituales que pueden reconstruirse con ayuda del Liber Ordinum y de los himnos compuestos para estas circunstancias. Los documentos de que disponemos permiten rehacer a grandes rasgos una estampa de la vida religioso-castrense de la España del siglo VII.

La basílica Pretoriense de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, situada extramuros de la capital toledana (seguramente la iglesia de la mesnada real) era el escenario de la ceremonia litúrgica de despedida del ejército que iba a entrar en campaña. El rey, al llegar ante la puerta del templo, era incensado por dos diáconos y, luego, precedido por los clérigos portadores de la cruz, entraba en la iglesia y se postraba en oración. El coro cantaba la antífona ¡que Dios esté en vuestro camino!, tras la cual el obispo rezaba en voz alta una oración pidiendo a Dios que asistiera al monarca y a su pueblo y le concediera los bienes que más necesitaba: un ejército valeroso, unos jefes leales, la concordia de los corazones, para poder así obtener la victoria y retornar felizmente a aquella misma iglesia de donde ahora partía.

El obispo hacía entonces entrega al rey de una reliquia de la "Vera Cruz" y el monarca, tras tenerla en sus manos, la pasaba al clérigo que habría de llevarla durante toda la campaña. Acercábanse entonces los abanderados y cada uno recibía el estandarte de manos del obispo, despues salían al exterior de tal modo que junto a las puertas del templo se congregaban todos los abanderados con sus enseñas. El obispo salía entonces al umbral de la basílica y un diácono invitaba: ¡Humillémonos para recibir la bendición! Otro diácono decía luego la fórmula de la despedida: En nombre de Jesucristo, ¡Id en paz! El rey abrazaba al obispo, montaba a caballo, el clérigo portador de la "Vera Cruz" se ponía en cabeza y todo el ejército emprendía la marcha. Es probable que mientras la hueste se alejaba, el clero entonase el himno litúrgico In profectione exercitus, conservado en el "Himnario" toledano al que pertenecen entre otras las siguientes estrofas:

Te pedimos humildemente ¡Señor! que conduzcas por el camino derecho a los rectores de la patria, junto con los pueblos a ellos confiados.

Sé un guía plácido para estos hijos tuyos y que la fuerza angélica les acompañe. Destruye, ¡oh Dios!, los ejércitos enemigos y sus bélicos pertrechos.

Tú ¡Padre de todos los reyes! escucha el gemido de nuestros príncipes y atendiendo a las fúnebres ofrendas de tus fieles destruye a los enemigos con tu recta espada.

Concede oh Cristo, a nuestros cristianos reyes, la palma celestial de la victoria sobre los adversarios.

Mientras duraba la guerra, proseguían las plegarias por el ejército. Un concilio de Mérida del año 666 dispuso que todos los días … se ofrezca el Sacrificio a Dios Todopoderoso por su seguridad, la de sus súbditos y la del ejército, para que el Señor conserve a todos la vida y el Omnipotente otorgue la victoria al rey (can. 3). Terminada la guerra, el rey regresaba al frente de las tropas a la basílica de los Santos Apóstoles. El Liber Ordinum recoge también la liturgia del retorno y las oraciones que se recitaban en esta circunstancia.