03 septiembre 2007

Torneos Medievales


Los torneos y su origen como entrenamiento de guerra

Durante la Edad Media, la guerra tuvo una importancia fundamental, tanto a nivel político como social. El caballero gozaba de un estatus privilegiado en la pirámide feudal.

Los aspirantes a caballeros se entrenaban en simples ejercicios con lanza o incluso en combates con otros aprendices, en lo que se conoce como lucha de bohordos. Una vez armados, los caballeros proseguían su entrenamiento durante toda su vida militar, por lo que se hizo necesario crear las condiciones más reales posibles para que la preparación fuese realmente eficaz.

Aunque hubo antecedentes, fue durante el siglo XI cuando aparecieron los torneos, combates a caballo en que los caballeros se enfrentaban entre sí armados con lanzas a lo largo de diferentes rondas y que, en un primer momento, se desarrollaban alrededor de un recinto circular donde los combatientes daban vueltas simulando una batalla; de ahí su nombre, derivado de la palabra "tornear".

Distribuidos en dos bandos, los combates se desarrollaban mediante enfrentamientos individuales, o bien cargas compactas y emboscadas en las que trataban de derribar al oponente para desarmarlo y apresarlo. Las armas utilizadas eran lo más parecidas posible a las reales, generalmente pesadas, que se denominaban "armas corteses", pues habían sido en parte modificadas para evitar accidentes en lo posible (bastones, lanzas sin punta o espadas romas). Sin embargo, pese a todas las precauciones no eran raros los accidentes, con heridas graves y muertes, de manera que la Iglesia llegó en ocasiones a prohibir los torneos.
Ya en el siglo XI se buscó una cierta homogeneidad entre los torneos celebrados en distintas zonas. Así, en 1066, Godofredo de Preuilly escribió un tratado de normas que fue ampliamente utilizado en Alemania, Inglaterra, Italia y los reinos peninsulares. Su finalidad fue evolucionando con el transcurso de los siglos, pasando de ser un medio de promoción para caballeros pobres o de prestigio para los más poderosos, y entrenamiento frente a contingencias militares, a tener en los siglos XIV y XV un carácter más lúdico y de espectáculo para disfrute, en primer lugar, de la nobleza y, en último extremo, de entretenimiento para el pueblo llano.
Los torneos se convocaban junto a los castillos, de forma periódica o con ocasión de acontecimientos especiales, como coronaciones, matrimonios, firma de tratados o treguas, entre otras.

El organizador establecía las normas que debían regir y enviaba heraldos a los caballeros invitados o que quisieran participar. La celebración tenía lugar en un recinto cerrado, generalmente de planta ovalada, alrededor del cual se disponían las gradas para el público asistente, muy fastuosas y decoradas para los personajes importantes, y sencillas para el pueblo llano; junto a estas instalaciones se levantaban las tiendas destinadas a los caballeros, sus escuderos y criados, así como a los oficiales que se cuidaban del correcto desarrollo del evento; además, las localidades próximas se engalanaban para acoger a los visitantes y participantes, en muchas ocasiones venidos de tierras lejanas.

Diversos caballeros conocedores de las reglas hacían las funciones de jueces, supervisaban el correcto estado de las armas y tomaban juramento a los participantes sobre su noble comportamiento; otra figura importante era el rey de armas, encargado de anunciar a los distintos contendientes.

Funcionamiento de los torneos

Los caballeros tenían que especificar su linaje, pues sólo podían enfrentarse entre sí los de un mismo nivel, y situar su estandarte en el campo. Con carácter previo, era habitual que se celebrasen enfrentamientos entre escuderos con armas ligeras, como espadas, que les servían de prueba. Dentro ya del torneo propiamente dicho, en un primer combate, cada participante escogía uno de los estandartes como contrincante, y se enfrentaba a él lanzándose de frente con su montura y lanza; vencía quien rompía más lanzas contra el rival. Al principio, se hacía sin separación entre los caballeros, pero con el tiempo se colocó una valla entre ambos para garantizar la seguridad.
A continuación, la lucha proseguía a pie, con espadas y mazas, para concluir con un enfrentamiento colectivo entre dos grupos de caballeros, que concluía cuando el rey de armas daba la señal de detenerse. Al objeto de evitar accidentes, entre las normas que regían estos combates estaban el no herir de punta al rival ni al caballo, no luchar varios contendientes contra un mismo rival y no asestar golpes al caballero que alzase la visera de su casco. El vencido y sus armas quedaban a disposición del vencedor, quien recibía su premio de mano de los jueces y acostumbraba a depositarlo a los pies de la dama elegida.

Finalmente, los torneos acostumbraban a concluir con un gran banquete al que asistían todos los participantes y en el que las damas homenajeaban a los vencedores; no en vano, tenían también un cierto componente cortés a lo largo de toda la celebración.

Otras modalidades de combate

Los torneos eran unos complejos espectáculos que conllevaban un gran movimiento de combatientes y de público. Junto con ellos, había otros dos tipos de enfrentamientos reglados que tenían cierta similitud: las justas y los pasos de armas. Las primeras consistían en combates singulares en los que se utilizaban armas no simuladas, por lo que los contendientes podían ser heridos o muertos durante los mismos.

Los pasos de armas, por su parte, eran desafíos o retos que lanzaba un caballero a quienes quisieran atravesar una entrada o paso protegido por él; para poder traspasarlo, debían enfrentarse y vencer al mantenedor, ya fuese de forma individual o colectivamente, según unas normas o condiciones que eran previamente redactadas por escrito; el combate se celebraba con un despliegue de medios que poco tenía que envidiar a los torneos. Uno de los pasos de armas más conocidos de que se tiene constancia es el llamado Paso Honroso de Suero de Quiñones (1434), en León.


Los torneos fueron desapareciendo poco a poco a finales de la Edad Media, para extinguirse durante el siglo XVI, aunque todavía siguieron celebrándose excepcionalmente en épocas más recientes. Los últimos de que se tiene noticia fueron ya a finales del siglo XIX, en Barcelona y Eglington, en Inglaterra. Actualmente se celebran representaciones de torneos con carácter turístico y de espectáculo, en castillos y centros históricos medievales de toda Europa.

(Arteguias, Javier Bravo)